LIBRO DE HORAS DEL SÁBADO SANTO
El Sábado Santo es vivido intensamente por la Cofradía del Santísimo Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Luz en su Soledad. Desde las ocho de la tarde del Viernes, la impresionante imagen del Señor queda expuesta a la veneración de los fieles en San Juan de Dios. Media docena de candelabros rompen la penumbra del templo arrojando una luz tenue sobre el cuerpo inerte. El incienso y el canto gregoriano contribuyen a crear el ambiente adecuado para velar al Señor en las últimas horas del día más triste del año.
Pero cuando suenan las doce campanadas de la medianoche, cuando el Sábado de la Historia anuncia su llegada en el reloj de la vecina torre catedralicia, es la hora de la Soledad de la Virgen, la hora de acompañarla en esas horas de inmenso vacío y angustia. Las cuentas del Rosario se desgranan una a una en el sobrecogedor silencio de la antigua iglesia hospitalaria.
Un motete pasionario sobrecoge a la multitud que llena el pequeño recinto para asistir a uno de los momentos más intensos, y menos conocidos, de nuestra hermosa y diversa Semana Santa. La procesión sigue su camino, los fieles van abandonando la iglesia en la fría madrugada del Sábado. Las puertas se cierran hasta la mañana siguiente.
Poco antes de las once de la mañana, un rumor de pasodobles se apaga a lo lejos para transformarse en marcha fúnebre. La alegre y colorista convocatoria de Cristo Resucitado recorre las calles anunciando que su espléndida procesión irá al encuentro de los murcianos 24 horas después, y a su paso por San Juan de Dios,Están presentes los nuevos cofrades, que prestan juramento y reciben el escapulario de la asociación pasionaria.
A las doce, el rezo del Ángelus pone término a las oraciones y deja paso a los preparativos para la procesión. El Cristo es amorosamente conducido a su trono, donde muy pronto será perfumado por un manto de clavel blanco.
A las seis de la tarde, vuelven a abrirse las puertas de San Juan de Dios para que los cofrades, revestidos ya con sus túnicas penitenciales, se agrupen en derredor de los dos pasos y participen en el acto solemne que precede cada año a la salida procesional. Una breve exhortación antecede a la profesión de fe, realizada al unísono, en comunión, como corresponde a una comunidad cristiana.
Las siete, la hora más esperada. Con escrupulosa puntualidad, se abren las puertas, suena llamando al silencio la campana del muñidor. Aparece la cruz de guía, de la que pende blanco sudario, y dos filas de nazarenos, portando faroles o velas, comienzan a emerger de la penumbra interior y se encaminan hacia la Catedral pausadamente, casi imperceptiblemente. Tras el estandarte y el pendón mayor de la hermandad nazarena surge el Santísimo Cristo Yacente. Su presencia en la rampa de San Juan de Dios provoca un escalofrío. El cuerpo ensangrentado, las llagas abiertas, las marcas del flagelo... las huellas de la Pasión se hacen presentes en la impresionante talla del XVI atribuida a Diego de Ayala. Una cruz alzada, otro pendón, y más nazarenos.La estética también juega, y es en ese instante, minutos después de las ocho de la noche, cuando la procesión de Sábado Santo, el cortejo penitente del Cristo Yacente y la Virgen de la Luz, se muestra en toda su belleza.
Cuando campanean las nueve, la procesión alcanza la plaza de Belluga, ya de recogida, buscando de nuevo su sede canónica tras dar testimonio de fe y devoción en las calles de Murcia, tras proclamar, en las horas de luto y de vacío, que María es la Luz que ilumina nuestro camino hacia la Pascua, y que Cristo venció a la Muerte y nos redimió del pecado. Pero antes de reingresar en San Juan de Dios, la Cofradía se concentra ante la puerta del Perdón de la Santa Iglesia Catedral
para rezar la Estación de Penitencia en medio de un impresionante silencio, el último silencio antes de que el alegre tañido de los bronces anuncie la Gloriosa Resurrección.
JOSÉ EMILIO RUBIO ROMÁN
Presidente de la Cofradía del Santísimo Cristo Yacente
y Nuestra Señora de la Luz en su Soledad